Un aprendizaje efi caz en el huerto supone un enfoque de aprendizaje práctico que une la acción y la comprensión, un elemento sólido de aprendizaje social para llevarlo a la práctica y una dimensión de desarrollo personal y preparación para la vida que permite a los alumnos
controlar lo que hacen.
Tradicionalmente se ha considerado el aprendizaje en el huerto como una actividad al aire libre y práctica, mientras que la educación nutricional y los estudios ambientales se han confi nado principalmente a las aulas. Esta distinción ha restado posibilidades a los tres sectores de aprendizaje, que se pueden beneficiar del ciclo de aprendizaje práctico en el que la acción cuenta con el respaldo de la comprensión y la reflexión y el entendimiento surge de la experiencia directa, y a su vez se plasma en acción. Los huertos tienen en particular la capacidad de vincular conceptos abstractos y concretos, teoría y práctica, aprendizaje oral y visual, reflexión y acción, comportamiento y actitud, incorporando el aprendizaje a la vida y consiguiendo que sea fácil de recordar. En la práctica, un requisito mínimo es que las actividades hortícolas se vean respaldadas por clases teóricas y que en la vida diaria del huerto se pongan en práctica los conceptos teóricos de nutrición, medio ambiente y actividad comercial.
Las actitudes y prácticas sociales que los niños llevan a la escuela son el auténtico punto de partida para su aprendizaje. Por este motivo es tan importante el diálogo permanente entre los maestros y los niños y sus familias.
Por ejemplo, a continuación se exponen algunas actitudes negativas bien contrastadas en relación con los huertos escolares:
Las actitudes y prácticas sociales que los niños llevan a la escuela son el auténtico punto de partida para su aprendizaje.
En este contexto, el ‘aprendizaje social’, que aborda la manera de enseñar el comportamiento y la actitud, es un modelo educativo útil. Trata de crear motivación y autoeficacia, para vincular el aprendizaje en el huerto con objetivos personales y promover la interacción con la familia y la comunidad. Requiere observación, experiencia directa, práctica, ejemplos y modelos de funciones, socialización y debate, elementos que en gran parte se encuentran en un aprendizaje satisfactorio en el huerto. Los instructores de los maestros y los encargados de redactar el material deben tener alguna experiencia en estos enfoques.
La cuestión importante es cómo utilizarán los alumnos a la larga sus conocimientos prácticos y teóricos, si es para establecer un huerto familiar, utilizar métodos de horticultura favorables al medio ambiente, elegir refrigerios saludables, preparar mejores almuerzos para los hermanos o gestionar una tienda rural. La confianza y la experiencia para emprender tales iniciativas en la vida real pueden requerir el fomento de la preparación para la vida activa. Los estudiantes deben aprender a tomar decisiones acerca de lo que se ha de plantar, como
se hace en las escuelas de campo y de preparación de agricultores jóvenes para la vida, planifi car y gestionar el trabajo y establecer conexiones con sus propios planes y estilos de vida. La mayor responsabilidad y la mejora de las relaciones y la colaboración observadas sistemáticamente por los organizadores de huertos contribuyen también al funcionamiento autónomo del huerto y facilitan la vida a sus gestores. Si la idea es multiplicar el aprendizaje más allá de la escuela, los estudiantes también tendrán que transmitir el mensaje, lo que signifi ca que deben ser capaces de hablar de manera razonable y persuasiva acerca de lo que hay que hacer. Una preparación para la vida activa de este tipo tiene que favorecer objetivos educativos manifiestos y facilitar y respaldar su práctica.